sábado, noviembre 19, 2005

Rinocerontes

Vaya uno a saber qué necesidad hay de poner por escrito estas impresiones. Soñé con volver a caminar las calles de otoño e invierno de Buenos Aires con cierta compañía. A falta de la misma, vamos a contar mentiras, a fabular sobre hechos reales a propósito de conversaciones que hubiera querido mantener con unas tazas de café, mirando un rostro sonriente y ofreciendo una sonrisa entre feliz y cansada, y una mirada tierna como el pan recién horneado o la miel que se unta en una tostada al compartir un desayuno tardío de domingo.

Cuando tras varios años de haber dejado Mar del Plata Atlantic City hice el curso de ingreso a la Universidad (so long & far away... digamos que esto ocurrió en New Orleans, apenas terminada la Guerra de Secesión ;-)), descubrí que había una materia llamada "Historia de la Cultura", asignatura inspirada en un libro no recuerdo bien si de mi tocayo Alfred Weber o de Max Weber, que pretextaba dar al alevín de ave negra una mínima formación acerca del panorama de la cultura, entendida en sentido amplio, a través de la Historia. Fingir refinada cultura propia y comprensión de la que presume de tener una víctima, digo cliente, es parte esencial del 'marketing' del profesional del Derecho.

La exigencia de cada tema que se abordaba en dicho curso universitario era una lectura de filosofía o literatura. Por ejemplo: arrancaba uno disecando, asistido por el cuerpo docente (ya se sabía, Pink Floyd mediante, que somos unos tontos y no se nos puede ni debe dejar pensar solos), a Sófocles y Esquilo, luego sucesivamente a Cicerón, Julio César, Confucio, Lao Tse, los Vedas, Hammurabi, el Viejo Testamento, San Juan, San Agustín, etcétera. Desfilaron ante mis ojos asombrados lecturas y nociones entonces insospechadas, pasando por Petrarca, Dante, el pensamiento del Renacimiento, textos amerindios como el Popol Vuh o el Ollantay, los Iluministas, los pensadores políticos del siglo XIX (los no-pensadores también: llegados a los amenes se estudiaba a un tal Carlitos, de Tréveris, Maguncia) y así hasta que llegabas al siglo XX (mucho más abundante en no-pensadores: ya había menos analfabetos, y todos querían ser geniales ideólogos, ¿vio?).

Recuérdese que nuestra hipotética New Orleans del 1865 era en realidad Buenos Aires de 1981, plena dictadura. Y las lecturas seleccionadas por los directores del curso como obligatorias eran tres, a saber: "Un mundo feliz", del culto y talentoso mescalinómano don Aldous Huxley (libro que luego sacaron de la currícula porque estos profesores serían acaso arriesgados, pero no suicidas), "Fahrenheit 451" de Ray Bradbury (aquella historia del bombero quemalibros con ejercicio del pensamiento crítico llamado Montag), y... "El Rinoceronte", de Eugene Ionesco.

"El Rinoceronte" es una pieza teatral que a Ionesco le inspiró - dicen algunos - la conducta de sus paisanos rumanos durante la implantación de la dictadura fascista de la Guardia de Hierro de Antonescu hacia los años 1937/38.

Por ese entonces se verificaban maltratos y vejámenes de las autoridades y sus protegidos a pacíficos vecinos, pero los demás ciudadanos no sólo no intervenían para detenerlos sino que se iban volviendo duros e indiferentes a la aparente debilidad de esa gente agredida y desgraciada. Y mucho después, en los años cincuenta, Ionesco, ya en Francia, habría traspuesto esos recuerdos de la adolescencia o juventud en una discutida obra de teatro que es esta, en la que un pueblo progresivamente ve a sus habitantes convertirse en rinocerontes, animales brutos, de piel dura, indiferentes a las consecuencias de la crueldad de sus embestidas y a la injusticia.

Todo lo antedicho, según la lectura a favor. Los que están en contra del bueno de don Eugene dicen, por el contrario, que esta pieza llama a la resignación y que si fueran dictadores 'se la darían a leer a los chicos para generar ciudadanos resignados'.

Sin embargo opino que esta última no es la lectura apropiada. Una vez expliqué mi teoría a una dama que me preguntó: "¿cómo es posible que se pueda leer como a favor de la resignación?... que son interpretaciones totalmente opuestas, por eso me sorprende... ¿y cómo la leerías ahora?" Todo esto dicho a gran velocidad y con la característica cara de mujer profundamente indignada ante semejante manera de ceder intelectualmente a las maniobras distorsivas de la sana crítica.

Mi explicación para calmar a la morocha, que a esta altura de las circunstancias blandía indignadísima - contra los detractores de Ionesco, supongo - el cucharón de los ñoquis que estábamos comiendo en un restaurante de la Avenida de Mayo, en la Capi, fue más o menos del siguiente tenor: "bueeeno, verás, hay algunos literatos que la comentan así...". Réplica de la mina: "pero pareciera que es lo contrario, ¿no?" Retomé el hilo y dije: "hay gente que lo lee de ese modo; es 'teatro del absurdo'". Réplica: "¿Y eso qué tiene que ver, c...?" Proseguí con mi serena solemnidad habitual: "Eso justamente me pareció a mí a los diecinueve años: la imagen de la gente volviéndose como rinocerontes, con la piel endurecida, debería releer "El Rinoceronte" para ver si le encuentro asidero a la otra opinión", afirmé ya en el colmo de la típica improvisación para zafar cuando no se ha pensado que te vayan a hablar de "El Rinoceronte", y añadí con voz de convencido: "creo que tengo un entrenamiento como lector, un nivel de información práctico sobre psicologías contradictorias que me permitiría meterme en la piel de Ionesco, aunque él mismo resultara ser otro de sus rinocerontes...".

Afortunadamente, mi interpelante sonrió, le brillaron los ojos oscuros por encima de las perennes ojeras, y comenzó a servir una porción de ñoquis con salsa a los tres quesos. Así que me envalentoné y proseguí delirando: "el ambiente, recuerdo, era un poco demencial, onírico, algo a medio camino entre Brecht y Beckett, pero sin la sutileza y profundidad de Beckett ni el esquematismo ideológico de Brecht; y acaso muchos vean en esta obra, más que la crítica percibida por otros, una manifestación de desesperanza ante el talante humano que Ionesco mostraría como favorable o propicio a retornar a la bestia y de ahí deducirán un mensaje de resignación..., acá pasa eso con Sábato a quien muchos leen como un sujeto pro sistema...".

El cucharón volvió a erguirse amenazante y a acompañar las palabras de la dama: "es decir que podría incluso hasta ser aconsejable convertirse uno mismo en rinoceronte atacante, llegado el caso". Vi la luz: "claaaro; podría suceder eso en otra interpretación, muy bien, sí, acaso uno pudiera volverse rinoceronte que aplasta a otros, una especie de Míster Salvaje de 'Un Mundo Feliz'".

De nada me sirvió: "Yo te pregunto por la tuya: tu interpretación de ahora". Respuesta improvisada por el suscripto: "haciendo memoria del texto, porque lo encontré aburrido y confuso a esa edad y no lo volví a leer, creo que comprendería ahora que la interpretación depende no de Ionesco y sus intenciones sino del sentido de la solidaridad humana y de la capacidad de ponerse en el lugar de los demás y creo que no admitiría ser un rinoceronte; no me gusta ese rol de indiferente a la desgracia ajena, de conspirador del silencio, de legitimador de la barbarie, aunque muchas veces seamos rinocerontes por cobardes o por hartos de pelear o por cómodos; las peores cosas que hacemos suelen deberse a nuestra vagancia, a nuestra indolencia, a nuestra escasa diligencia por acudir en socorro del otro, etcétera etcétera etcétera... ¡fijate qué linda noche tenemos; hay una hermosa luz de claro de Luna!... " :-)

"De nada sirve... si uno lo usa para escapar de sí mismo" (© Mauricio Birabent, 1969). Tuve que continuar la discusión en un taxi. La hermosa Luna no le interesaba: quería saber qué opinaba yo. Y a mí Ionesco me importaba tres pitos: me importaba el reflejo lunar en esos ojos oscuros. Desde entonces, las mujeres que hacen demasiadas preguntas sobre mi profundo intelecto se vuelven a casa en subte o colectivo.

Tengan ustedes muy buenas noches. Si son mujeres, consejito para el levante: sáquense la piel de rinoceronte y hagan como que les importa la poesía lunar y la marca del detergente que saca más rápido la grasa de las capitales.

7 comentarios:

Alfredo dijo...

Ah, el personaje del relato cuya primera persona emplea el narrador parece que continuaba al tiempo de su composición bajo la desagradable impresión de que a la hermosa dama del cucharón y los ojos negros Ionesco le importaba más que él, una idea más que una persona. Esas son las certezas imperdonables y generales... ;-)

Anónimo dijo...

Al narrador le molesta la exigencia (subliminal) de que o te dejás llevar para el lado que ella patea o no existís. La memoria emotiva juega, y esas manipulaciones autoritarias son también de rinoceronte. Lo comprendo. Me pasa cuando discuto con mi suegra y mis cuñadas ;-)

Pero me sumo a la cruzada de nada para decir contra las generalizaciones abusivas! Y a favor del abuso de alcohol.

Más lemoncello,por favor :P

Alfredo dijo...

Gaia: :-*

Sole: su duplicación de mensajes, fruto de la embriaguez estética, me recuerda la óptica de Clarence, el león bizco de "Daktari" ;-) (dicen las malas lenguas que los ingleses de la serie mantenían al felino a dieta de piña colada, que en la escudilla parece sólo leche...) Ya borré lo que sobraba.
Para usted también hay: :-*

principio de incertidumbre dijo...

"has bailado a la luz de la luna..."

¡Le faltó decir eso, y tener pintada la cara cual guasón!



Mire, yo ya despotriqué bastante en contra de ella. Ahora hicimos las paces. En general me quedo con las lluvias y las estrellas, la poesía.


Y me fue bien...

P.D. al menos el muchacho me escucha (o hace la mímica de que oye).

;-)

P.D.2. Exiga menos y déjese sorpredenr.

P.D.3 ¿cuándo tenga ganas de irse a tomar cerveza con los amigos con qué relato nos va a salir?

Alfredo dijo...

PdI & nada para decir, a)es una ficción y b) relean a Sole:

Al narrador le molesta la exigencia (subliminal) de que o te dejás llevar para el lado que ella patea o no existís. La memoria emotiva juega, y esas manipulaciones autoritarias son también de rinoceronte

Hay sorpresas desagradables. Por ejemplo descubrir las sutiles maneras de irse imponiendo al interlocutor 'agarrándose' de cada tema secundario de conversación para que no pueda ejercer su diferencia para subordinarlo a otro punto de vista, asfixiándolo. Pongo por caso: sugerirle que le conviene ser como un rinoceronte.

(¡Hay que ser exigentes, caramba! Estamos en juego nada menos que nosotros mismos y que nos acepten como somos, no como quieren que seamos)

Este texto es una critica a "El rinoceronte" disfrazada de relato autobiográfico. Nunca sucedió.
;-)

Sendos saluditos

principio de incertidumbre dijo...

¿nos engañó? :(


En el mundo de alá todo sucedió o está por suceder.

:P

Alfredo dijo...

PdI: Ah, pero esto es Literatura, no Ciencia. Aquí tenemos no sólo cuarta, sino quinta, sexta y aun séptima dimensiones, y nos reímos de Parménides y Zenón lo mismo que de Max Plank, Alberto Una Piedra, Heisenberg, Niels Böhr y todos esos. Todo es y no es al mismo tiempo y en el mismo lugar inmaterial, ucrónico y utópico, sí mismo y su contrario, y no sólo en potencia sino también en acto. Ni se imagina cómo calculamos un mol en este ámbito: Avogadro escaparía aterrorizado XD.-

Gaia: Las contradicciones que se comparten acaban a veces en una síntesis conciliatoria. El lenguaje es muy limitado. Mientras no lleguemos a telépatas, dependeremos siempre de que nos quieran aceptar como somos, y nos sonrían ;-)